El pasado miércoles, 15 de junio de 2011, tuvimos la oportunidad de disfrutar de un maravilloso fenómeno, un eclipse de luna.
Imaginemos que no sabemos qué es un eclipse y vemos cómo la Luna comienza a desaparecer, para terminar teniendo ese resplandor encarnado. Es fácil entender cómo el ser humano, en sus primeras contemplaciones del fenómeno, debió quedar asombrado, incluso sobrecogido.
En cambio ahora, tenemos claro que, durante unos minutos (u horas), la Tierra se interpone entre el Sol y la Luna, impidiendo que los rayos de nuestra estrella iluminen la superficie del satélite.
Al contrario que en los eclipses de Sol, en los que el astro parece del mismo tamaño que nuestro satélite, en los eclipses de Luna la sombra proyectada por la Tierra es mayor que el diámetro lunar. Por lo tanto, podríamos esperar que la Luna se oscureciera por completo y sin embargo… ¡se torna de color rojizo!
Este color se debe a que la luz solar se dispersa al atravesar la atmósfera de la Tierra. Es el mismo fenómeno que provoca que veamos nuestro cielo de color azul durante el día, o se torne rojizo – anaranjado en los amaneceres y puestas de sol.
Primero expliquemos qué ocurre cuando un rayo de luz blanca (como la luz solar) atraviesa un prisma de vidrio.
La luz blanca (formada en realidad por múltiples colores) se dispersa debido a la refracción. Los rayos violetas y azules (aquellos cuya longitud de onda es menor), se desvían más que los amarillos y rojos (longitudes de onda larga).
El color azul del cielo
Cuando la luz del Sol atraviesa la atmósfera interacciona con sus moléculas. Los rayos violetas y azules se dispersan en múltiples ocasiones y, cuando alcanzan la superficie, no parecen provenir del Sol, sino de todas las direcciones. Dado que la luz del Sol contiene más luz azul que violeta y que nuestros ojos son más sensibles a la primera, el resultado se traduce en que el cielo nos parece de color azul.
En cambio, los rayos rojos y amarillos se dispersan menos y llegan hasta nuestros ojos de forma mucho más directa, motivo por el cual el Sol parece amarillo.
Esos hermosos atardeceres
Durante casi todo el día, la luz del Sol recorre poca distancia en nuestra atmósfera, ya que incide sobre ella casi perpendicularmente. En los amaneceres y atardeceres, la luz atraviesa mucha más distancia, multiplicándose de ese modo, los efectos de la dispersión.
Los rayos azules y violetas se refractan en tantísimas ocasiones, que terminan siendo absorbidos por la atmósfera y no llegan a alcanzar la superficie terrestre. Es entonces cuando los rayos amarillos, y más tarde los rojos, se dispersan por el cielo, tal como pasaba con los azules durante el día, dando lugar a las habituales, pero hermosas, tonalidades de las puestas de Sol.
La Luna se tiñe de rojo
Cuando la Tierra se interpone entre el Sol y la Luna, algunos rayos atraviesan la atmósfera y son desviados por efecto de la refracción. Los rayos violetas y azules son dispersados muchas veces en su camino a través de la atmósfera. Son, por tanto, los rayos rojos los que consiguen atravesar la atmósfera e iluminar la Luna.
Si pudiésemos ver el eclipse desde la superficie lunar, disfrutaríamos de la cara nocturna de la Tierra rodeada de un resplandeciente anillo rojo. Quizá algún día podamos ser testigos de este espectáculo.
Puedes visitar los enlaces originales de las fotos empleadas desde estos enlaces:
http://www.flickr.com/photos/44124348109@N01/1263837972
http://www.flickr.com/photos/williamcromar/5337486232/
http://www.flickr.com/photos/66164549@N00/2637156214
http://www.flickr.com/photos/13774211@N00/35645318
http://www.flickr.com/photos/gsfc/4386822005/in/photostream/
http://www.flickr.com/photos/7702002@N08/2885627475
[…] profundizar en el fenómeno de la dispersión, podéis leer una de mis primeras entradas “Red Moon“. Por último, esta es la hoja de ejercicios que trabajaremos en […]